Telos, discretos y cambiantes, siempre en el centro de la sexualidad porteña

Cuál es el barrio de Buenos Aires con más telos; un recorrido por estos lugares de encuentros íntimos; testimonios de empresarios del rubro y de sexólogos

Meublé, en Barcelona; hoteles del amor, en Madrid; hoteles de paso, en México; moteles, en Santiago de Chile; hoteles de alta rotatividad, en Uruguay; motéis, en Brasil; love hotels, en Japón. En la Argentina, albergues transitorios, muebles, hoteles alojamiento, telos. Estos "templos del amor", estos lugares de encuentro existen en distintos lugares del mundo y desde los tiempos más remotos.

En la ciudad de Buenos Aires hay habilitados 177 telos, según datos de la Cámara de propietarios de Alojamientos (Capra). La mayoría está en los barrios de Flores, Balvanera y Constitución; le siguen Belgrano, Caballito y Palermo, con propuestas que van desde hoteles temáticos, de diseño, o kitsch a ofrecer simplemente privacidad y el confort de un cinco estrellas difícil de identificar como un hotel por horas.

Como son espacios que dan cuenta de fenómenos socio-culturales y políticos, la cantidad de estos hoteles se fue modificando según los condicionantes de la época. Poner el foco en los hoteles alojamiento ayuda a ver las transformaciones de las prácticas y costumbres sexuales de los porteños durante el siglo pasado y hasta hoy.

El licenciado en Historia y autor de Telo, un mapa de la sexualidad porteña, Juan Pablo Casas, cuenta en su libro que a mediados de 1930 funcionaban en la ciudad como un secreto a voces 32 "posadas y amuebladas surgidas por urgencia y necesidad". Se consolidaron entre los 40 y los 50 y se institucionalizaron como hotel alojamiento o telo a partir de los 60, con la primera ordenanza que los reglamentaba (N°16.374). Coincidió con la época de la revolución sexual en el mundo. Según la investigación de Casas, en 1964 había 60 establecimientos habilitados en la ciudad.

Con la primera reglamentación llegaron también las primeras cruzadas moralizadoras de los sectores más conservadores, personificada en el comisario Luis Margaride, que calificaba a los telos como epicentros de la decadencia moral y la degeneración sexual. "En los 60, el telo se erigió como un espacio de libertad social y cultural frente al orden dominante instaurado por gobiernos autoritarios y represivos sucedidos entre 1930 y 1983", señala el investigador.

Los Pinos fue el primer hotel alojamiento construido específicamente para ese fin, en 1963. Aún funciona en el mismo lugar, Independencia 1340. El hijo del dueño, desde hace años a cargo del hotel, Álvaro Canal, recuerda las persecuciones de aquellos tiempos. "En el momento en que mi padre abrió el hotel alojamiento era muy osado", dice. Y menciona las exhaustivas inspecciones a las que los sometían con tal de encontrar un motivo para poder clausurarlos.

Recuerda que hasta los 60 lo que había eran "amueblados", casas viejas tipo chorizo donde el propietario alquilaba las habitaciones. No había conserjería, ni baño privado. "Era todo muy primitivo", agrega el empresario.

En 1963, el mismo año en que la familia Canal inauguraba Los Pinos, Daniel Tinayre estrenaba La cigarra no es un bicho, una comedia de enredos protagonizada por varias de las grandes estrellas del momento. La historia es bastante sencilla: distintas parejas quedan atrapadas en "La cigarra", un hotel por horas. Los novios estudiantes universitarios, la modelo y el empresario, la viuda y el artista, el marinero y la prostituta, el matrimonio, la mucama y el anciano patrón, y el periodista consagrado y la joven intelectual, bella e independiente, que protagoniza Mirtha Legrand, quedan entrampados allí luego de que las autoridades sanitarias decretaran una cuarentena a causa de un caso de peste.

El doctor en Antropología e investigador del Conicet, Gustavo Blázquez rememora la película y dice: "A través de esas distintas uniones se muestran la diversidad de guiones que organizaban el comportamiento erótico de argentinos y argentinas heterosexuales a mediados de la década de 1960. Sin embargo, en el devenir de la historia que nos cuenta el director se imponen las morales sexuales más conservadoras que defienden la virginidad, el pudor sexual femenino y la institucionalización del vínculo erótico bajo la forma del matrimonio monogámico. Las mujeres que desafiaban ese mandato aparecían condenadas a permanecer solas y sin amor".

Blázquez también repara en lo que desencadena el hecho de que quienes sólo pensaban pasar un par de horas placenteras deban permanecer allí por más de un mes. "En blanco y negro, se presenta la nueva vida cotidiana que se organizó en esa especie de 'Gran Hermano' de la época en la que se transformó el hotel", dice. "El telo aparece como una 'heterotopía de la desviación', en términos de Michel Foucault, que con su existencia marginal deviene materia periodística, escándalo, espectáculo para las masas que sueñan con saber quiénes están allí dentro. Tinayre desmonta ese dispositivo pornotópico cuando muestra las condiciones de producción de la experiencia sexo-erótica que el espacio propone, cuando aparece el backstage de la convivencia forzada".

El hotel alojamiento La cigarra, en donde se filmó esta película y, también, "La cigarra está que arde" (1967, dirigida por Lucas Demare), aún existe en el barrio de Palermo. Se promociona como uno de los pioneros en la Argentina y como el primero en colocar televisores en las habitaciones. A principio de los 60 estos hoteles tenían lo básico: una habitación (sin aire acondicionado), una cama y un baño privado. Sonaba música funcional en el ambiente. Recién en los 70 llegaron los televisores a las piezas y, con ellos, los canales porno, algo revolucionario para la época.

La decoración también fue cambiando con el tiempo: estuvo el furor de las habitaciones temáticas -se podía reservar el iglú, la casita de tus sueños, la escuelita, la cabaña en el bosque, la habitación interplanetaria, por ejemplo-, luego vino una época menos kitsch, la de los hoteles de diseño. Así, estos lugares fueron mutando, y lo seguirán haciendo, en función de las modas.

La garantía de supervivencia de estos hoteles que persisten tantos años es la inversión permanente en reformas. Los dueños de los telos los comparan con las catedrales góticas, que las empezaba el abuelo y las terminaba el nieto. Dice el propietario de Los Pinos: "Estás toda la vida en reforma porque cuando terminás la última habitación capaz pasaron tres años y hay que volver a empezar", dice. Su hotel tiene 40 piezas y fue cambiando al compás de todas las modas hasta la actual, que prioriza el confort y la sobriedad. "Nuestro ideal es que cuando se vaya el cliente diga: 'Qué bueno sería tener esta habitación en casa'".

La psicoanalista Any Krieger, autora de Sexo a la carta, elige llamar a los telos "templos del amor". Y los recomienda, precisamente, por lo que ofrecen de distinto a lo que las parejas encuentran en sus casas. "En parejas constituidas hace años, cuando hay una situación de pérdida de deseo tan común en este tiempo, o cuando existen niños en la casa es recomendable salir del hogar donde conviven para tener intimidad. Cambia la escena, invita a una sensualidad mucho mayor", dice. "El placer que se consigue en uno de estos hoteles no es el mismo que en la casa. Permiten desinhibirse, algo que no siempre se logra en el clima hogareño, que genera cierta represión".

Su colega, la sexóloga y gerontóloga Gloria Loresi Imaz, coincide y agrega: "En los hoteles alojamiento no sólo se va a tener relaciones sexuales y de ahí salir corriendo. Se puede cenar, disfrutar de un yacuzzi, ver una película. También para los adultos mayores lo recomiendo, de cuya sexualidad no se habla y se está enriqueciendo mucho". Sitio tradicional de encuentros furtivos, los telos suman la magia de lo clandestino, que, según los sexólogos, es sumamente beneficioso para alimentar el deseo sexual.

Desde finales del siglo pasado y en este siglo aún más, se observan cambios en los valores tradicionales vinculados a la sexualidad. Casas en su libro detalla que en el siglo XXI rige un nuevo paradigma de la intimidad resultado de la democratización de los espacios privados (ya los jóvenes tienen el permiso de sus padres para vivir su sexualidad dentro de sus casas), de la autonomía y el poder ganados por las mujeres, el surgimiento de una igualdad sexual y emocional entre ambos sexos, el reconocimiento del amor entre personas del mismo sexo, etcétera. Esto repercutió en los telos, en particular si se hace foco en los jóvenes, que dejaron de considerarlos lugares inmorales, sórdidos y denigrantes tal como eran vistos en generaciones anteriores, para pasar a tenerlos como lugares de encuentro, centros del placer sexual.

 

 

 

 
 
 
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